A la hora de valorar el desempeño económico de una
empresa, aparecen diversos ratios o medidas a tener en cuenta. Sin embargo,
ninguno de ellos refleja de manera tan fiel y precisa el estado económico y
financiero de la empresa como la liquidez y solvencia de la misma.
Si bien son dos criterios que en muchas ocasiones van
de la mano, es conveniente diferenciarlos para no caer en errores que nos
conduzcan a tomar decisiones financieras equivocadas, ya que tienen
connotaciones totalmente diferentes y, en algunos casos, incluso contrapuestas.
Por un lado, la liquidez es la cualidad que tienen los
activos que figuran en el balance de nuestra empresa de convertirse en dinero de
forma fácil. El dinero es el
activo más líquido que toda empresa posee, puesto que ya proporciona liquidez
por sí mismo. En el otro extremo se sitúan las propiedades inmobiliarias, los
vehículos, mobiliario y, en general, la mayoría del activo fijo de la empresa
ya que, aunque siempre podemos liquidarlo con mayor o menor pérdida de valor,
no aportan dinero de forma inmediata.
Por otra parte, la solvencia es la capacidad de un individuo o
empresa para atender sus compromisos de pago con los acreedores, es decir, sus deudas.
Cuanta más capacidad de pago posea, más solvente será. Una empresa no es
solvente cuando sus activos no son suficientes para respaldar sus pasivos.
Si
bien son dos conceptos diferentes, en muchas ocasiones se suelen relacionar,
argumentando que una mayor liquidez proporciona una mayor capacidad de pago y,
por tanto, una mayor solvencia. El argumento parece razonable: cuanto más
dinero líquido posea, mejor podré atender mis compromisos de pago. Sin embargo,
esto no tiene por qué ser así.
Por
una parte, el deudor puede atender sus compromisos de pago si tiene patrimonio
suficiente con el qué responder, aunque no tenga ni un solo euro en sus cuentas
bancarias. Cualquier entidad financiera se mostraría predispuesta a prestar el
dinero que necesite ya que el patrimonio poseído servirá
como garantía, debido a que podrá ser ejecutada en caso de
incumplimiento del contrato. Es decir, la falta de liquidez no tiene por qué
indicar falta de solvencia.
Por
otro lado, una elevada liquidez no tiene por qué ser sinónimo de una elevada
solvencia. Si nuestra empresa refleja un saldo de tesorería de 3 millones de
euros sin ningún otro activo en el balance y vamos a solicitar un préstamo al
banco de 5 millones de euros, seguramente éste no se fiará de nosotros y acabe
por no otorgarlo.
En realidad, ambas magnitudes reflejan la capacidad
de pago de la empresa. La liquidez, como capacidad de pago a corto plazo, es
decir, los compromisos más inmediatos; y la solvencia, la capacidad para
atender los compromisos de pago a largo plazo. Ambas magnitudes
deben ser ponderadas en su justa medida y ninguna debe
descuidarse ya que, en caso de que esto ocurra, la empresa puede comenzar a atravesar
problemas financieros muy complicados.
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